Ver las esculturas de Isabel Cisneros inevitablemente nos lleva a una lectura con distintos niveles de percepción. La razón es su ejercicio permanente. Sus obras, cargadas de una sutileza femenina y emotividad poética, tienen de abstracción, de geometría, de análisis, de razonamiento. Un razonamiento presente en cómo escoge el material, cómo lo utiliza y cómo lo estructura.

Isabel Cisneros se considera tejedora de los materiales más inusuales: “Yo soy un artista textil, soy una tejedora, una investigadora de sistemas de elaboración y de oficios textiles. A mí me interesa el entrelazado, el anudado, el amarrado, el ornamento hecho con hilos, con botones, con cierres”, pero también con arcillas y papeles.

A través de sus esculturas se trasluce la meticulosidad de su trabajo. Para ella todas las obras tienen un nombre y una historia que nace a través de largas horas invertidas en el proceso de elaboración. Así la memoria va moldeándose como parte esencial de su discurso plástico.

La memoria, como esencia en la obra de Isabel, se registra desde distintas formas: “El proceso cerámico es también un proceso de memoria, tiene una línea de tiempo, su elaboración es lenta, a la arcilla no la puedes presionar”. Con los demás materiales, Isabel habla de otra memoria que es la de un material, como un botón o un cierre, que ya existía esperando a ser convertido en una pieza escultórica.

“En la medida en que te pareces más a ti mismo, el trabajo es más honesto, más sólido, más auténtico”. Sus piezas son iguales por dentro y por fuera. Isabel no altera el color original de los materiales y la arcilla carece de esmalte porque es ahí donde hay implícito un concepto de integridad.

La resiliencia, la adaptabilidad de sus esculturas a la superficie donde se apoyan, al tacto de quien las manipula y la fascinación por trabajar con recursos que le imponen limitaciones están ahí intencionalmente. Detrás de ello hay una profunda posición política, una reacción adherida a lo que implica vivir en un país con características tan inusuales como las de Venezuela hoy en día.

“¿Hablamos del material y de lo que representa? La arcilla es libertad total, tiene posibilidades infinitas. Otros materiales, llámese metal, plásticos, botones, tubos, cilindros, incluso el papel, están previamente elaborados. Son totalmente opuesto a lo que tengo con la arcilla: me imponen un límite y ese límite, como juego, me encanta. El papel tiene cosas encantadoras: un contenido literario, tiene impreso textos e imágenes relacionadas con lo que me interesa decir. Los lomos de los libros que he bordado tienen una vinculación muy política”.